Para empezar, se podría decir que su paisaje está caracterizado por fuertes pendientes así como por el encajonamiento de sus ríos (Ibias, con sus afluentes, y Bustelín), que vierten sus aguas al Navia.
También, que aún se pueden observar algunas de las cicatrices producidas al extraer el preciado oro de sus entrañas. Así en la explotación El Foxo, situada en las proximidades del río Ibias y que estuvo en funcionamiento durante la época romana, se excavaba y lavaba la terraza fluvial, tras lo cual, se apartaban y amontonaban los cantos que formaban parte de la misma. Y a la vista están los restos de toda esta actividad.
Sigamos con otra de las peculiaridades de la tierra. La relativa lejanía del mar Cantábrico, explica su menor influencia climatológica: las temperaturas en Ibias son más altas en verano y más bajas en invierno; también hay más horas de sol al año que en otras partes de Asturias. Estas singulares condiciones, unidas al buen drenaje del suelo, explican el arraigo del cultivo del viñedo en la zona, para el cual tradicionalmente se reservaron las solanas situadas a media ladera.
De la importancia que la uva adquirió en la vida cotidiana de los pobladores de esta tierra dan buena cuenta los tradicionales emparrados que cubren calles de pueblos y aldeas del concejo.
En las últimas décadas el viñedo está recuperando el protagonismo que había perdido. Se han reacondicionado algunas parcelas y realizado nuevas plantaciones. Actualmente Ibias forma parte del territorio de la Indicación Geográfica Protegida Vino de la Tierra de Cangas.
Además de los emparrados y de los viñedos que motean las laderas, quienes visiten Ibias encontrarán otros exponentes ligados a la actividad agrícola y ganadera de la zona. Son de destacar las pallozas y los hórreos.
Las pallozas son construcciones de piedra con techumbre realizada con una cubierta vegetal que descansa sobre una estructura de madera. Aunque en sus orígenes fueron utilizadas como vivienda, las últimas que permanecen en pie en el concejo (en Santiso se conserva una con el tejado deteriorado) sirvieron para cobijar al ganado.
En lo que se refiere a los hórreos, lo que llama la atención es la diversidad de variantes que se pueden encontrar en el concejo de Ibias. Así, y sólo en lo que respecta a la techumbre, los podemos encontrar techados con grandes lajas (llábanes) de cuarcita, con pizarra o con cubierta vegetal. Éstos últimos, como el que se puede observar en la foto y situado en Cuantas, requieren un mantenimiento continuo para renovar y reponer la paja, generalmente de centeno.
El paisaje vegetal de la tierra de Ibias está salpicado por pequeñas poblaciones que, en otro tiempo, estuvieron enseñoreadas por unas pocas familias, de las cuales se conservan algunos de sus casonas y palacios. Tal sucede con el Tormaleo, situado en la parroquia del mismo nombre, que data del siglo XVIII o el Palacio de Ron, construido en la centuria anterior y que se localiza en Cecos.
Más reciente (siglo XIX) y modesto es el conjunto palacial de los Peña situado en la localidad de Villajane.
Por lo que a la arquitectura religiosa se refiere, hay que destacar la iglesia de Santa María de Cecos, perteneciente a un antiguo monasterio aunque el edificio actual data del siglo XVI y fue reformado en el siguiente para albergar las sepulturas de los Ron.
En el siglo XVIII se construyen las iglesias parroquiales de Alguerdo, Marente, San Clemente, Taladriz y Tormaleo que siguen diseño similar: nave única, espadaña, presbiterio cubierto con armadura de madera. No obstante, es la iglesia de San Antolín la construcción más destacada. Se trata de un templo de estilo románico cisterciense edificado en el siglo XIII.
No queremos terminar estas pequeñas pinceladas de lo que el visitante podrá descubrir caminando por las rutas y senderos que recorren esta tierra, sin referirnos a Riodeporcos, una aldea de la parroquia de Sena, que cuenta con un acceso un tanto singular, pues si no se quiere ir por una pista desde Sena, hay que llegar a Marentes y desde allí recorrer varios kilómetros por tierras gallegas para terminar en un tramo sin asfaltar...
¡Ah! Y al final, hay que atravesar un puente colgante que cruza el embalse del río Navia.
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