Varias son las cascadas que los afluentes del Navia dibujan en el concejo de Villayón. De ellos, dos son los más renombrados: al norte, la cascada de Oneta; al sur, en el viejo camino que conducía a Boal, la de Méxica, conocida antiguamente como cacada o zalanceira del Pontigo, que es la que os proponemos visitar en esta ocasión.
De nombre y grafía que evocan tierras lejanas, tiene forma de cola de caballo y una caída de unos diez metros. A la belleza propia de las cascadas, une la de Méxica unas pizcas de fantasía, pues el lugar en que se encuentra, pequeño y recogido, es el escenario de una leyenda que habla de un príncipe moro que se enamoró de dos princesas de dorados cabellos y de cómo una de ellas, corroída por los celos, cortó una noche la melena de su hermana y la tiró al río dando lugar a la cascada que hoy contemplamos.
Características
- Itinerario: Ponticiella - cascada de Méxica - Ponticiella
- Dificultad: ▲▲▲▲▲ (El regreso, en ascenso suave pero continuo, exige tomárselo con cierta calma).
- Señalización: buena
- Distancia: unos 4 kilómetros
- Duración: alrededor de dos horas
Situación y distancias
Distancias por carretera a Villayón, capital del concejo del mismo nombre
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Cómo llegar al punto de partida
La ruta calificada como «Sendero local» (SL AS-3), parte de la localidad de Ponticiella, a la que accederemos desde la capital del concejo por la carretera local AS-35, que comunica Villayón con Boal (ver mapa). Una vez en el centro del pueblo, lugar ideal para dejar el vehículo, no tenemos más que buscar el camino descendente que conduce al río. No hay problema; hay indicadores que nos informan de la dirección de la cascada y al inicio del sendero encontraremos un panel con algunos datos de interés.
Aunque el salto de Méxica es nuestro objetivo, deberíamos abrir bien los ojos desde el mismo inicio de la ruta para así poder disfrutar del camino de ida, mucho más cómodo que a la vuelta cuando nos tocará subir lo que ahora bajamos.
El primer tramo transcurre bajo frondosa arboleda, por un camino ancho y descendente. Hacia la mitad del recorrido se estrecha un tanto y el descenso se hace algo más acusado. Casi al final, a nuestra derecha, podremos contemplar el imponente aspecto que presenta el Navia que luce ancho y tranquilo por obra y gracia de la presa de Arbón, situada kilómetros arriba.
Apenas unos centenares de metros más adelante empezamos a oír el rugir de la cascada. Llegados al final del camino, allí donde las pozas reciben las saltarinas aguas, toca empapar la retina de la belleza que atesora el lugar y disfrutar del momento.
A la vuelta, queda dicho, toca ascender. Así que: poco a poco, saboreando las sensaciones.
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