La recuperación del tren minero permite al visitante realizar el camino inverso al que hasta hace algún tiempo realizaba el carbón: un trayecto de unos dos kilómetros de distancia que, tras recorrer el frondoso valle de Samuño, se adentra en un túnel que conduce al interior de la mina, una mina auténtica, de verdad. Tras ascender en la jaula más de treinta metros y ya en el exterior, los viajeros pueden visitar las instalaciones del Pozo San Luis, que la empresa Carbones de La Nueva puso en funcionamiento a finales de la década de los veinte del pasado siglo y que en el año 2013 fue declarado Bien de Interés Cultural, con la categoría de Conjunto Histórico, al ser considerado «uno de los ejemplos más destacados del patrimonio cultural ligado a la minería asturiana».
La visita a todo el conjunto, con el viaje en tren, tiene una duración prevista de unas dos horas. Nosotros, como luego se verá, realizamos el regreso de una forma diferente.
1. CENTRO DE RECEPCIÓN
A unos mil quinientos metros del centro de la localidad de Ciaño se encuentra el centro de recepción de este complejo museístico, situado en la antigua estación de El Cadaviu, en la actualidad completamente remodelada. En el interior se exhiben algunas antiguas fotografías, diverso equipamiento minero y varios paneles explicativos: la ambientación perfecta para quienes hasta allí llegan para recibir información y adquirir las entradas para el tren minero.
2. EL TREN
Metidos ya en ambiente y con los billetes en la mano tomamos el tren minero que nos conducirá al interior de la mina. Los vagones, diseñados y construidos para el inusual ancho de vía de 650 mm, disponen de un total de cincuenta y ocho plazas. El tren parte de la estación de El Cadaviu para recorrer un tramo de la ruta que durante décadas recorrieron las vagonetas cargadas de
carbón. Salían por el túnel y transitaban por el valle, el estrecho valle por
el que bajan las aguas del río Samuño, para depositar su preciado
cargamento aguas abajo, en zonas menos angostas.
El recorrido tiene dos partes bien diferentes. Durante el primer kilómetro el tren viaja por el exterior, al lado mismo del río Samuño, uno de los afluentes del Nalón. El verdor se hace dueño del escenario; árboles y arbustos se agolpan más allá de los cristales. En algún claro, se observan las huellas de la antigua actividad, como la zona de: la bocamina La Trechora. Al llegar al socavón Emilia se inicia la segunda parte: el mayor tramo de mina que se puede visitar en España a bordo de un ferrocarril.
3. POZO SAN LUIS
Llevamos recorridos novecientos ochenta metros por el interior de la montaña. El tren ha recorrido el último kilómetro a través de una galería abierta a pico y pala por las encallecidas manos de cuantos aquí dejaron parte de su vida, cuando no su vida entera. Nos encontramos a treinta y tantos metros de profundidad.
Antes de subir por la jaula conviene empaparse bien del lugar, hacerse una idea, tan solo aproximada, de lo que supondría trabajar un día sí y otro también, hora tras hora, aquí abajo, rodeados de agua, del negro polvo que día a día se va metiendo en los pulmones... Allí abajo el sistema de comunicaciones con el exterior cobra especial importancia. De ahí que no puedas menos de escuchar atentamente cuanto te cuentan acerca del funcionamiento del genéfono, el sistema de señales acústicas...
Nos acercamos a la zona de embarque de la planta. En la jaula que nos ha de llevar a la superficie escuchamos sonidos que recuerdan la intensa actividad que aquí se vivió en otro tiempo.
Ya en la superficie observamos el conjunto. El castillete, imponente, llama nuestra atención. Es uno de los iconos de la minería y el que ahora contemplamos lo es también por ser testimonio de una técnica constructiva de otro tiempo. Según nos cuentan, se levantó en 1930 utilizando perfiles de hierro roblonado, es decir, empleando remaches (roblones) para realizar las uniones de las diferentes piezas. Era la técnica utilizada en la arquitectura del hierro de finales del siglo XIX –la de la torre Eiffel por ejemplo–, que tiempo después será sustituida por la soldadura.
Para hacernos idea del conjunto de las instalaciones no está de más que echemos un vistazo al panel en el que se localizan los distintos edificios del pozo. De todos ellos destaca la Casa de máquinas, situada frente al castillete.
La singularidad de este edificio, construido en 1930 tal y como atestigua el rótulo situado sobre la puerta de acceso, radica tanto en su diseño arquitectónico como en las máquinas que alberga. De su fachada llaman la atención las amplias superficies acristaladas, los frontones escalonados y los pináculos de zinc, material utilizado también en la cubierta y procedente de la fábrica que la sociedad propietaria poseía en Arnao (Castrillón). Por medio de los cables de la máquina de extracción, el castillete y la sala de máquinas permanecen indisolublemente unidos.
Mediante unos cables de acero trenzados, la máquina de extracción –fabricada por la empresa alemana Siemens– mueve verticalmente las dos jaulas del pozo de forma alternativa y compensatoria: mientras una baja la otra sube. Para suministrar la energía que precisa la máquina extractora se instaló un grupo convertidor, fabricado también por Siemens, que transforma la corriente eléctrica alterna en continua generando las corrientes trifásicas de alta frecuencia que precisa el motor extractor.
Del resto de construcciones del pozo podemos destacar la llamada Casa de aseos, pues en allí podemos encontrar algunas pistas que nos hablan más a las claras de quienes dieron vida a cuanto observamos. La distribución de las dependencias manifiesta la jerarquización de quienes aquí trabajaban pues se diseñaron espacios para los guardas jurados, los vigilantes o los capataces, con accesos diferenciados y bien separados del resto de trabajadores. En el vestuario de estos últimos encontramos un peculiar sistema de perchas: unos platillos que cuelgan de un entramado metálico situado en el techo con lo cual la ropa se alejaba del suelo facilitando con ello su secado por medio de la calefacción con que estaba dotado el edificio.
Al finalizar la visita, caben dos opciones: regresar en el tren minero o bajar hasta la estación de El Cadaviu caminando por la senda verde Valle de Samuño. Nos pareció que con esta última opción nuestra visita resultaba mucho más completa y placentera, razón por la cual iniciamos nuestra caminata por el también llamado Camín del carbón que allí se inicia.
A lo largo del kilómetro y medio de recorrido fácil y cómodo rodeado de los verdes arbustos y los no menos verdes helechos, encontramos nuevos vestigios del pasado minero de la zona. Entre todos ellos destaca la oxidada presencia del Pozo Samuño, cerrado en 2007.
Casi sin darnos cuenta llegamos a la estación de El Cadaviu, punto de inicio y final de nuestra visita al Ecomuseo Minero Valle de Samuño.
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